Las compañías tecnológicas que desarrollan y ofrecen sistemas de inteligencia artificial están de celebración. En el nuevo partido que disputan contra la industria cultural para hacerse con los bocados más suculentos del mercado sin tener que pagar por ello, van ganando 2 a 0. No es la primera vez que estos contendientes se enfrentan. Es más bien un partido de vuelta, y parece que quienes juegan en el equipo de la cultura ni siquiera se han dado cuenta de que les han marcado el segundo gol.
El probable resultado produce vértigo: todas las obras e interpretaciones artísticas de la humanidad puestas a disposición de la IA de forma completamente gratuita para la generación automática de contenidos, y sin pedir permiso a creadores y artistas. ¿Por qué nadie ha dado la voz de alarma?
El partido de ida se jugó a finales de los 90 y los primeros años del 2000. Después de que Bill Clinton hablase en su discurso sobre el Estado de la Unión de 1999 de la necesidad de preparar a los jóvenes estadounidenses para el mundo digital del siglo XXI y fundase la Comisión Presidencial sobre la Iniciativa de la Sociedad de la Información, los legisladores de Europa y EEUU tomaron una decisión que resultó trascendental para que prácticamente todo el mundo se apuntase a la navegación por el ciberespacio internético.
Esa decisión consistió en eximir de cualquier responsabilidad a las empresas prestadoras de los llamados servicios intermediarios (acceso a Internet, buscadores, alojadores de contenidos) por las vulneraciones de los derechos de propiedad intelectual que cometieran sus usuarios. Es decir, libros, películas y canciones llegaban a cada hogar sin pedir permiso a autores, artistas y productores, y sin pagar por ello. La piratería en línea floreció y se reprodujo como el Cordyceps en The Last of Us, devorando a su paso las partes más blandas del tejido industrial de la cultura, y llevándose por delante miles de empresas y puestos de trabajo.
En el nuevo milenio, el dinero que las familias destinaban a cultura y entretenimiento se desplazó masivamente a la adquisición de ordenadores, conexiones a Internet, y todo tipo de dispositivos de almacenamiento y escucha, inicialmente no conectados, pero luego fusionados con las comunicaciones móviles.
Los servicios por suscripción supusieron un cierto alivio, aunque el acceso a música, películas y series a cambio de un forfait de bajo coste ha depreciado aún más el valor de estos bienes. Las grandes compañías tecnológicas encontraron poca o ninguna resistencia al ocupar los espacios que quedaron libres en la distribución de libros, música y audiovisual. La victoria sobre las empresas culturales en el partido de ida fue casi total, y sólo unos pocos gigantes sobrevivieron, a veces gracias a alianzas y fusiones con las propias tecnológicas.
Cuando el sector apenas había recuperado el resuello y parecía que las aguas se habían calmado, sonó el silbato que daba comienzo al partido de vuelta. En mayo de 2019, se publicó la Directiva sobre los derechos de autor y derechos afines en el mercado único digital, cuyo considerando 3 hace toda una declaración de intenciones al afirmar que la legislación aplicable -sobre propiedad intelectual, se entiende-, no debe suponer un límite al desarrollo tecnológico. La tecnología había tomado posiciones para conquistar un nuevo territorio: el de la generación de cultura y entretenimiento.
Resulta revelador que esta Directiva destine normas a recortar los derechos de propiedad intelectual para poner, de forma gratuita, todo el acervo cultural de la humanidad al servicio del desarrollo tecnológico, y para -de nuevo- eximir de responsabilidad a las empresas tecnológicas por lo que podrían ser vulneraciones de los derechos de propiedad intelectual cometidas mediante IA.
La minería de textos y datos, definida como «toda técnica analítica automatizada destinada a analizar textos y datos en formato digital a fin de generar información que incluye, sin carácter exhaustivo, pautas, tendencias o correlaciones», se constituye en límite a los derechos de propiedad intelectual para permitir las reproducciones y extracciones de obras, interpretaciones artísticas, fonogramas y grabaciones audiovisuales, con la finalidad de identificar patrones.
El análisis de cantidades masivas de datos es lo que permite entrenar a los sistemas de inteligencia artificial para que generen textos, imágenes, sonido y vídeos de forma autónoma. O sea, poesía, novelas, guiones y libretos, cuadros e ilustraciones, música y películas. Es la llamada IA generativa o creativa.
Así, las IA generativas han producido El siguiente Rembrandt, la imagen de un cuadro totalmente nuevo que, efectivamente, parece directamente salido del pincel del genio holandés. O Un guitarrista de una banda de rock creando una supernova nuclear con su música y el público en éxtasis al estilo de Van Gogh, generado por Dall-E 2. En lo musical, Flow Machines, de Sony, ha conseguido que la canción Daddy’s Car suene como si la interpretaran los Beatles, entrenado con algunas decenas de sus canciones. Todo esto a partir de descripciones en lenguaje natural, o sea, describiendo lo que se desea con las mismas palabras que utilizaríamos en una conversación ordinaria con un ser humano. El espacio-tiempo ha quedado pulverizado y resucitar a los muertos para que sigan creando e interpretando ya no parece imposible.
Cabría pensar que el sector cultural alzaría la voz contra todo esto, pero lo único reseñable ha sido una entrada en el blog de la Biblioteca Nacional de España de febrero de 2023, que se refería a la cuestión de la minería de datos como «un panorama tormentoso para los derechos de autor«. La incorporación al Derecho español de la Directiva del Mercado Único Digital se produjo por Decreto ley en 2021. ¿Dónde estuvieron el portero y los defensas de la cultura todo ese tiempo?
El segundo gol lo ha marcado el árbitro. Bajo el simpático término de pastiche, se ha lanzado una carga de profundidad contra la propiedad intelectual, al obligar a los Estados miembros de la UE a introducir en sus ordenamientos jurídicos un nuevo límite a los derechos de autor.
El pastiche, cuyo origen se remonta a las óperas italianas del XVII, esconde lo que el DRAE define como «imitación o plagio que consiste en tomar determinados elementos característicos de la obra de un artista y combinarlos, de forma que den la impresión de ser una creación independiente». Aunque la Directiva no especificaba lo que hay que entender por pastiche, ni establecía reglas específicas sobre el mismo, el Decreto ley español copió la definición del DRAE. Eso sí, sin incluir el conflictivo término plagio.
En EEUU hay quien cree que las creaciones de la IA generativa son vulneraciones a gran escala de la propiedad intelectual de las obras utilizadas para su entrenamiento, lo que ha llevado a algunas personas a presentar una demanda colectiva contra Stability AI, Inc y otras empresas de IA creativa. Ese mismo litigio estaría abocado al fracaso en España, ya que la definición de pastiche del Decreto ley parece hecha adrede para dar cobijo a lo que la IA generativa produzca.
Según el Considerando 70 de la Directiva, límites como el de pastiche persiguen lograr un equilibrio entre la libertad de expresión y la libertad artística, y los derechos de propiedad intelectual. Esto no oculta su verdadera intención: reequilibrar (o desequilibrar aún más) la relación entre la propiedad intelectual y los nuevos desarrollos tecnológicos.
Por su parte, el Decreto ley vincula el pastiche con los conocidos como memes para justificar este nuevo recorte a los derechos de autor. No está claro si esto es inocencia naif o intento de engaño. Los memes, por divertidos y populares que sean, no causan ninguna perturbación en el mercado.
La acción conjunta de la minería de datos y el pastiche -dos goles por toda la escuadra en la portería de la cultura- puede producir un efecto demoledor en la generación de contenidos, pues entrenar a los sistemas de IA generativa con todo el acervo cultural humano y explotar lo que se produzca a partir de ello no requiere pedir permiso ni remunerar a creadores, artistas y empresas culturales. Con el tiempo, la calidad de esos productos subirá y su coste de generación bajará, por lo que consumirlos será tan barato que, competir con ellos, podría ser prácticamente imposible.
El partido está sentenciado y la victoria cae del mismo lado: la cultura vuelve a perder. Pero lo verdaderamente preocupante es la falta de debate sobre lo que está sucediendo. Desde luego, tendremos que abrir bien los ojos a partir de ahora si no queremos que nos vuelvan a dar pastiche por meme. ¿Estará la cultura a tiempo de evitar un tercer gol?
Artículo publicado en El Mundo por Santiago Mediano, Presidente y socio fundador de Santiago Mediano Abogados.
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